En esta era de troles, bots e impostores digitales, palabras como “maniático”, “chiflado” e “intimidador” suenan de lo más anticuadas.
Es necesario un lenguaje más preciso, una tipología para clasificar las mentiras y trampas que no solo sea aplicable a todos, sino que además resalte la diferencia entre los tramposos comunes y corrientes y aquellos que tienen problemas de personalidad más profundos.
En un artículo nuevo, un equipo de investigadores de España relata cómo dio los primeros pasos: elaboraron una guía básica de patrones de mentiras y trampas, al menos entre personas que participaron en experimentos sencillos de laboratorio.
“En este estudio identificamos tres perfiles diferentes de deshonestidad y trampa, y dentro de cada perfil observamos dos tipos distintos”, explicó David Pascual Ezama, principal investigador del estudio.
Los psicólogos han estudiado la deshonestidad de muchas formas desde los albores de esa disciplina y han descubierto que, al igual que la mayoría de las acciones sujetas a censura social, ofrece beneficios evolutivos, pero también representa riesgos obvios.
Los niños aprenden a guardar secretos cuando tienen alrededor de 6 o 7 años, por ejemplo, y adquirir las habilidades necesarias para engañar por lo regular forma parte del desarrollo, cuando comienza a formarse la identidad psicológica.
En un experimento, les pidieron a unos 180 participantes adultos que lanzaran una vez una moneda al aire, usando un programa electrónico, y después informaran el resultado.
Si la moneda caía en la cara representada con el color blanco en este juego virtual de echar suerte, la persona ganaba cinco dólares; si caía en la otra, de color negro en el juego, la persona no recibía nada.
Lo que no sabían los participantes era que el equipo de investigadores podía verificar el resultado cada vez que lanzaban la moneda.
Después de realizar el experimento, los investigadores eliminaron de la muestra a los suertudos que obtuvieron la cara blanca cuando lanzaron la moneda una vez, y clasificaron al resto de los participantes en varios grupos distintos.
Aproximadamente el 20 por ciento actuó con honestidad: lanzaron la moneda, cayó en la cara negra y los participantes informaron que había sido así.
El 10 por ciento mintió con descaro: la moneda cayó en la cara negra, pero ellos dijeron que había sido la blanca para obtener la recompensa de cinco dólares.
El tercer grupo ni siquiera se tomó la molestia de lanzar la moneda y sencillamente dijeron que había caído en la cara blanca; los autores del artículo designaron a este grupo el de los “radicalmente deshonestos”.
Hubo otro grupo, de alrededor del ocho por ciento, en el que los participantes lanzaron varias veces la moneda hasta que cayó del lado blanco e informaron ese resultado para recibir el dinero. A los integrantes de este grupo los designaron “tramposos no mentirosos”.
Al parecer, la mentalidad que da lugar a este comportamiento tiene su raíz, en cierta forma, en la antigua sabiduría de la expresión “cara, yo gano; cruz, tú pierdes”.
Fuente new york times