El ajo es un ingrediente fundamental en la gastronomía de todo el mundo, pero más allá de su sabor intenso y característico, comerlo crudo puede provocar efectos directos en el organismo. Según un artículo publicado por Infobae, consumir ajo sin cocinar genera cambios que van desde propiedades terapéuticas hasta posibles molestias digestivas.
El ajo crudo contiene compuestos activos como la alicina, que se libera al machacar o picar el diente y es responsable de su característico olor y buena parte de sus beneficios. Estudios de la Escuela de Salud Pública de Harvard y la Mayo Clinic han señalado que el consumo regular de ajo fresco puede:
Contribuir a disminuir los niveles de colesterol LDL (“malo”).
Favorecer la reducción de la presión arterial en personas hipertensas.
Proveer propiedades antioxidantes que ayudan a contrarrestar el daño celular.
Reforzar el sistema inmunológico y la capacidad del organismo de combatir infecciones leves.
No obstante, su ingesta cruda no está exenta de efectos adversos. Entre los más comunes se encuentran:
Mal aliento intenso que puede persistir durante horas.
Irritación en la mucosa gástrica y sensación de acidez.
Flatulencias o malestar estomacal si se consume en grandes cantidades.
Interacción con ciertos medicamentos anticoagulantes o tratamientos para la presión arterial.
Los nutricionistas coinciden en que incorporar ajo fresco en cantidades moderadas puede ser beneficioso, siempre que no existan contraindicaciones médicas. La recomendación habitual es no exceder uno o dos dientes diarios y, de ser posible, consultar previamente con un profesional de la salud si se toman medicamentos o se padece alguna patología digestiva.
En caso de experimentar ardor estomacal, náuseas o reacciones alérgicas, se sugiere suspender su consumo y evaluar otras formas de incorporarlo en la dieta, como cocido o en polvo.