La aparición de la vacuna rusa en el horizonte sanitario global propició una inmediata campaña de descrédito con evidentes tintes geopolíticos, que ahora se ve forzada a remitir.
La referencia a la Sputnik V como «la vacuna de Putin» es también una constante en el discurso de sus inmediatos detractores. Esto pone en evidencia que su rechazo y su desconfianza tienen un carácter mucho más político e ideológico que científico.
Ahora, la vacuna rusa ya cuenta con el respaldo de la comunidad científica internacional. Certificado con la publicación de sus resultados inmunológicos en la reconocida revista The Lancet, que confirma una eficacia de más del 91% y la ausencia de efectos adversos graves.
Ello ha contribuido decisivamente a rebajar el clamor crítico contra el fármaco desarrollado en Moscú. Esto ha puesto en evidencia la innecesaria inflamación mediática y el alarmismo informativo como reacción primaria de Occidente ante una propuesta rusa para atajar una crisis sanitaria.
¿Información científica? Prefiero mis prejuicios, gracias
Si bien tenía cierta lógica mostrar cierta extrañeza, ante el anuncio temprano de una vacuna pocos meses después del estallido de la pandemia, también era posible informarse sobre las causas estructurales de esa rapidez.
Lo cierto es que los caminos biotecnológicos por los que avanzó el desarrollo de la vacuna Sputnik V estaban ya construidos hacía años. Y terminó siendo clave en la rapidez con la que se ha obtenido el fármaco. Ello, unido a un trámite burocrático acelerado por las autoridades rusas, explica en buena medida el tiempo récord logrado en el registro de la Sputnik V.
Por concretar un poco más: en una entrevista concedida a finales de julio de 2020, el microbiólogo Denis Logunov, creador de la vacuna Sputnik V, explicó que, en el momento en el que surgió la necesidad de hacer frente al SARS-CoV-2, su laboratorio tenía ya avanzado un proyecto vacunal contra el MERS, «el hermano más cercano del grupo de los betacoronavirus».
«Fue mucho trabajo, habíamos llegado a la segunda fase de ensayos clínicos», recuerda el científico. «Por eso, cuando apareció otro coronavirus, no tuvimos dudas sobre qué y cómo hacer. No hubo angustia creativa. Fue literalmente copiar y pegar».
Años antes, además, se habían establecido ya las bases químicas del funcionamiento inmunológico de la actual Sputnik V, durante el desarrollo de una vacuna contra el ébola por parte del Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya, la misma institución que ofrece ahora el antígeno contra el covid-19.
En resumen, el desarrollo de la vacuna Sputnik no empezó de cero tras la aparición del nuevo coronavirus, sino que partió de un trabajo científico muy avanzado ya, en el que simplemente fue necesario implementar modificaciones.
Fuente 0291 y RT