Cada vez más compañías están desarrollando una gran cantidad de alimentos no convencionales con el objetivo de proporcionar a la población fuentes sostenibles de proteínas y otros nutrientes.
Un equipo de investigadores finlandeses publicó en la revista Nature Food un estudio en el que revelan que comer carne cultivada en laboratorios o insectos molidos podría recortar drásticamente las emisiones de carbono a la atmósfera y liberar enormes extensiones de tierras dedicadas al ganado.
Los científicos aseguran que cambiar la carne, los lácteos y otros productos animales por alimentos alternativos podría reducir estos impactos negativos en nuestro planeta en más del 80 %, al tiempo que proporcionaría una gama más completa de nutrientes esenciales que una dieta puramente vegetariana o vegana.
Desde hace años, más y más compañías están desarrollando una gran cantidad de alimentos no convencionales (como carne elaborada en laboratorios) con el objetivo de proporcionar a la población ricas fuentes en proteínas y otros nutrientes que, al mismo tiempo, sean respetuosos con el planeta y requieran de mucha menos agua y tierra para su producción.
«Reduciendo de forma significativa la comida de origen animal y sustituyéndola por alimentos novedosos o futuros, además de alternativas de proteínas de origen vegetal, se pueden lograr reducciones significativas en los impactos ambientales en lo que se refiere el calentamiento global, el uso de la tierra y del agua», dijo Rachel Mazac, autora principal del estudio e investigadora de la Universidad de Helsinki.
En el estudio se analizaron nuevos alimentos que, probablemente, se convertirán en una parte importante de la dieta de las personas en los próximos años. Entre estos productos se encuentran moscas y grillos molidos, claras de huevo cultivadas en el laboratorio a partir de células de pollo, un tipo de alga marina llamada kelp, proteínas en polvo hechas de hongos o microbios, así como leche, carne y bayas cultivadas en el laboratorio.
Por su parte, Asaf Tzachor, doctor de la Universidad de Cambridge, concluyó que estos hallazgos son «prometedores», pero que la falta de voluntad de los consumidores para cambiar sus dietas podría «posponer, o incluso prevenir, esta transición tan necesaria».